Amanece y se me empieza a estrechar la garganta. Ando baja de defensas y esto es lo peor que me podría pasar, las vacaciones moqueando y con escalofríos.
La casa es grande, una chabola comparada con las que vimos ayer en los ‘estate sales’, pero duermo en una habitación del tamaño de mi salón en Madrid. El jardín de atrás es com un bosque vallado, no necesitan tapiar la separación entre las casas para guardar su privacidad. Vemos películas con surround bien alto y nos hablamos a voces sin preocuparnos por los vecinos. No pasa nada.
Mi hermana y yo vestimos de ciudad, zapatos y accesorios negros, y eso sí que es extraño. El rosa, el crudo y el azul cuna de bebé proliferan. Pero sólo cuando ves gente, y para eso hay que pasar horas a la ventana o coger el coche.
En el supermercado hay que mirar al suelo para evitar un ataque de pánico. Los estímulos visuales impiden pensar con coherencia. Tardo 5 minutos en encontrar la limonada en un estante de “limonadas”. La cajera, el reponedor y el cliente que va detrás de nosotros, todos hablan castellano.
Hay ‘garage sales’, dónde encontramos ropa de bebé, juguestes, novelas de James Michener y cafeteras exprés a 10 dólares; luego hay ‘estate sales’, con antigüedades y antiguallas, libros autografíados por autores de segunda, Playboy’s de todas las épocas, mesas de cerezo, alfombras afganas, un Taj-Majal para canarios, más sillas, más sillones, palas para cavarle la tumba al canario, escaleras de caracol, cuartos de baño ostentosos, cocinas industriales con las tripas desparramadas. Todo etiquetado en dólares. Un proyector de super 8, a 5. Cinta magnética de media pulgada, a céntimos.
O te programas las comidas o no paras de comer. Te cabe todo en el coche. No lo critico, me encanta. En América las raciones individuales, ‘singles’, son el otro ‘supersize’. Si quieres alimentarte bien, puedes. Si tienes un gusto, un hobby, un capricho o un interés especial , no estás solo – hay alguien que quiere venderte algo.
Hace rato que terminó de amanecer, voy a desayunar.